Muchos y variopintos son los comentarios que han surgido a raíz
del debate electoral, las declaraciones de la candidata presidencial del
Partido de Unidad Nacional (PUN) sobre el tema que gobernaría primero con la
biblia y luego con la constitución, en caso de que llegara a ocupar la primera magistratura de la nación, lo que
debe haber encrespado la sensibilidad de uno o más de sus seguidores. Muchas de estas críticas fueron sinónimos de
crueles sarcasmos.
Esta insigne dama (la cual no tengo el gusto de conocer) no
me cabe la menor duda que hizo sus intrincados razonamientos plagada de las
mejores intenciones. Sin embargo, a mi
humilde entender cometió un error al realizar con tanto brío y denuedo confundir el proselitismo político con la acción evangelizadora.
Desgraciadamente, no
es menester de los políticos evangelizar
y la tribuna proselitista no tiene olor a sacristía. Cuando se traspasa esas insoslayables y
palmarias fronteras entre religión, política,
filología y filosofía se arma una
tolvanera que es difícil salir sin recibir alguna herida.
La filosofía es clave para entender la política. La filosofía es el amor a la sabiduría, a lo sofista. El medio de expresar las ideas de un político es el lenguaje por eso hay que
conocer la filología. Un filósofo
siempre es un filólogo y al final cada uno de nosotros queramos o no somos políticos
porque el hombre es un animal racional y expresar nuestras ideas nos obliga a
socializar con los semejantes. En fin,
no podemos vivir aislados porque nacimos en la polis.
Con mejor donaire hubiese salido de ese escenario, si sus
reflexiones se hubiesen centrado en explicar sus proyectos basados en la lógica
de lo que para Aristóteles era el sentido del pudor, la moral y el respeto, es
decir, el derecho de reconocer la humanidad de los otros, de no tratar al ser de una forma coactivamente
instrumental y combinar esta razón con el área del derecho
comprendida como la institución formal (el orden jurídico) de lo que le corresponde a cada uno y el
conjunto de garantías que aseguran su protección. Ese solo enfoque desde el punto de vista de ese viejo que no se reía, nacido en Estagira
y que solo le gustaba enseñar en las mañanas caminando por los jardines (peripatos)
mientras era seguido por sus alumnos (los peripatéticos), le hubiese sido suficiente
para salir airosa y despedirse sin
reproches a la señora del PUN.

