La fe en lo moderno en lo que ella
pueda realizar para el porvenir venturoso o desdichado de la humanidad ya no es
posible enumerarla entre los sueños.
Continuar siguiendo porfiadamente los tradicionalismos de nuestros abuelos para
los jóvenes de hoy se ha convertido en una utopía. ¿Qué es una utopía? Le preguntaban a Quevedo y éste, jugando con
la etimología del vocablo, -la u es privativa en griego; topos es sitio-
contestaba con ironía: “no hay tal lugar”.
Los herederos de la estirpe de Adán
habían descubierto que los tiempos
modernos encontraron en lo tradicional un estado de descomposición, oxidado y
enmohecido; por consecuencia había que construir un nuevo orden que brindara
confianza, del que se pudiera depender, volviendo al mundo predecible y
controlable. Había que deshacerse del
lastre que el viejo orden imponía a la modernidad. Esto primordialmente, obligaba a que nos desprendiéramos
de las obligaciones “irrelevantes” que se interponían en el camino del objetivo
buscado; liberar la iniciativa comercial de los grilletes de las obligaciones
con los mercados nacionales y la densa carga de los llamados deberes éticos. Como dice Thomas Carlyle, de todos los vínculos
que condicionan la reciprocidad humana y la mutua responsabilidad. Solo había que conservar la responsabilidad
que conllevaba el “nexo al dinero”.
El nuevo orden emergió de la disolución
radical de aquellas amarras acusadas –justa o injustamente- de limitar la
libertad individual de elegir y de actuar.
Había que destruir la rigidez del viejo orden y para ello era necesario
entre otras cosas: la desregularización, la liberalización, la flexibilización,
la crecientes corrientes de costumbres libertarias, la libertad de los mercados
financieros, laboral, e inmobiliario, la disminución de las cargas impositivas
intrafronterizas (tratados de libre comercio) y todo lo que conllevara a técnicas
que permitieran que los agentes libres
no se comprometan entre sí, al contrario que se eludan en vez de reunirse como
lo prueban obras muy recientes. Entre
los O’Onis se encuentran: los
separatistas que continúan desafiando la unidad de costumbres en las naciones
ante la inacción de los Gobiernos, campañas proabortistas que tratan de
intimidar a la Iglesia, una ideología de géneros que persigue a sus disidentes,
millonarios que financian intervenciones en elecciones, empresas
multinacionales que admiten estar detrás de la crisis de los refugiados, el
problema del islam vinculado de manera absolutista con el terrorismo, la
nomofobia (adicción al móvil), las pérdidas de soberanías y paremos de contar
porque hay material para realizar una tesis de grado.
Con todo esto lo que quiero es
hacerles reflexionar que existe un proyecto.
Un proyecto en marcha. Un
proyecto que consiste en la construcción de un nuevo orden mundial organizado,
sobre un espacio político, económico y social sin barreras. Este es un proyecto liderado por ‘los pedagogos de la raza’ donde
su enemigo es todo el que se resista a la implantación de ese nuevo orden. Muchas veces me cuestiono: ¿Para qué gastar prosa sobre las
preocupaciones que me inspiran a realizar estos escritos, si los que viven en
las proximidades del Potomac no cederán -ante el crecimiento en puntos- en sus
diferentes dominios? El temor reside en
que, esta gobernanza mundial, está
abriendo un nuevo capítulo de sujeción económica para estos países nuestros. El que quiera tener una impresión que le
hiera con viveza la imaginación de las consecuencias de la situación creada por
este tipo de relaciones que se deleite leyendo la sabrosa novelita de Gabriel García
Márquez, “Hojarasca”. Es dentro de este
nuevo estado de situaciones que se
aprovechan las consabidas aves de rapiña para expoliarnos a su placer,
acumulando ellos más riquezas sin que nosotros nos levantemos un ápice del
abatimiento de nuestra secular miseria.

