De tarde en tarde me es saludable sacar los principios de mi
acervo intelectual a la claridad del sol, sacudirlos para que no se enmohezcan
y sobre todo darle uso para que no se me desvirtúen y se disipen.
Ayer era el Brexit, mañana las elecciones de España, la
semana pasada fueron las de Perú, hace también unos tantos las de República
Dominicana, por ahí vienen las del imperio, en fin, hay épocas de transición como
la actual en que por la confusión, casi no sabemos a qué atenernos marcados por
la impaciencia.
Pues cuando esto me sucede, lo que hago es que repaso un poco
los hechos de la historia, me salgo de mi torre de marfil, en fin, la historia
es la única ciencia que siempre se hereda.
Es por esta razón y no por otra que me tomo de la mano de Platón en uno
de sus diálogos más famosos: “La República”.
Lo importante dice Platón es que los que manden sean aquellos que están más
cerca de la contemplación de las ideas y que los que defiendan a la comunidad
sean aquellos que tienen un coraje y un ánimo más decidido. Mientras tanto, el resto de los ciudadanos
(los gobernados) pueden dedicarse al comercio y la producción, es decir,
simplemente a seguir las directrices más o menos geniales de ese Areópago. Decia Karl Popper sobre Platón: “es el padre
de los estados totalitarios”. Aunque sus
planteamientos están muy lejos de los totalitarismos contemporáneos, hay que
reconocer que su pensamiento tiene una vocación ordenancista, autoritaria y rígida.
Para 1789, la Revolución Francesa –revolución burguesa, al
cabo- al imponer por la acción directa la democracia política, barriendo con
vientos huracanados los privilegios de la nobleza, a favor del “Tercer Estado”,
es decir, de la gente llana, del hombre de la calle, dejó sembrado el germen
que impediría el florecimiento de la democracia económica, que es la que al día
de hoy andamos locamente buscando. Ya
todos sabemos cómo terminó en la guillotina el rey Luis XVI en 1793. Un detalle al margen que me gustaría compartirles
es un momento cuando pasa Luis XVI seguido de María Antonieta por una de las
cortes, él se vuelve y ella le sonríe y entonces dice: “Su sonrisa marcó tanto
la forma de su cara, que años más tarde….., cuando me hacían identificar sus
restos, identificaría la calavera de María
Antonieta por el recuerdo de aquella sonrisa".
Es impresionante o no?
Pero que podemos decir de uno de los escritores más brillantes
del siglo XX, el argentino Jorge Luis
Bórges cuando exclamó: “Que la democracia no era más que un error de la estadística”. Obviamente, que lo hacía con simpática ironía. No olvidemos que la ironía forma parte del
arsenal defensivo y ofensivo de los intelectuales.
Sin mayores comentarios y para no aburrirles-ya que ese es el
único pecado en que no puede incurrir un escritor- pareciera que el hombre
civilizado dejara de serlo. O como si
retrogradara hacia el primitivismo. La
conciencia humana se desquicia, se derrumba.
Estamos más preocupados por poner los pies en Marte o en otros planetas pero
sin saber cuál es el pensamiento para el futuro de la humanidad. ¿Quién decide por quien? ¿Qué tan preparados están aquellos llamados a
decidir para decidir?



