Monday, March 21, 2016

El Observador.


Largos y variados han sido los momentos en que la historia moderna  ha traído a la humanidad aires de libertad.   Desde la caída del Tercer Reich hasta lo que en otrora fuera el Muro de Berlín para solo mencionar algunos ejemplos.   Estos acontecimientos  marcaron un cambio de rumbo o dirección.  Son las generaciones que suceden esos cambios, los llamados a ser artífices de su propio futuro y bienestar, como dueños de su país, merecen vivir en el contexto de la libertad aliada al progreso, del orden asociado al respeto a los derechos individuales y a la vigencia activa de la justicia social.

En ese sentido, se debe aplaudir, ya en el ocaso de su mandato, la visita del Presidente Barack Obama a Cuba con el objetivo de dar  pasos para normalizar relaciones y de esta forma acabar con el más cruento e injusto embargo económico que  potencia alguna haya podido orquestar contra una nación sub-desarrollada.

Sin embargo, como escritor  -y no motivado por  prejuicios- me gustaría jugar el papel de observador, por un lado porque estimo que se ha recibido  como una verdadera palmaria e insoslayable, la premisa de que los pueblos subdesarrollados necesitan imperiosamente de capitales foráneos para promover y acelerar el ritmo de su desenvolvimiento social y económico.

Es tristemente clásico el círculo vicioso de que somos pobres porque no podemos explotar nuestras riquezas y no podemos explotar nuestras riquezas porque somos pobres.

Y por otro lado,  es precisamente de esa extrema e ineludible necesidad de los que muchos se aprovechan para expoliarnos a su placer, acumulando ellos más riquezas sin que nosotros nos levantemos un ápice del abatimiento de nuestra secular miseria.  De ahí, el cuidado meticuloso que los cubanos han de poner en analizar los ofrecimientos de los capitales extranjeros.

Que la reexportación de beneficios y amortiguación de capitales sea un incentivo pero que no constituya una brecha por donde fluya copiosamente hacia afuera más de lo que ingresó al país, dejándolo más esquilmados de lo que ahora  están.

Quiero dejar claro que no me estoy entrometiendo en el problema cubano-americano.  Eso es otra cosa, otra historia y bien larga de contar.

Por último, debo dejar constancia de que tengo fe en el espíritu constructivo  de la política norteamericana.  Sobre todo, porque me causa alegría y me ensancha el ánimo por el futuro de la juventud cubana, especialmente, por esos enjambres de técnicos egresados de sus Universidades que veían lanzar sus esfuerzos a la basura por no ser merecedores del signo bienhechor del desarrollo.  A esas generaciones les auguro el mejor de los éxitos, para que al dejar su patria, al morir, más bella, más digna y más libre de lo que la encontraron al nacer.

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