Largos y variados han sido los momentos en que la historia
moderna ha traído a la humanidad aires de libertad. Desde la caída del Tercer Reich hasta lo que
en otrora fuera el Muro de Berlín para solo mencionar algunos ejemplos. Estos acontecimientos marcaron un cambio de rumbo o dirección.
Son las generaciones que suceden esos cambios, los llamados a ser artífices de
su propio futuro y bienestar, como dueños de su país, merecen vivir en el
contexto de la libertad aliada al progreso, del orden asociado al respeto a los
derechos individuales y a la vigencia activa de la justicia social.
En ese sentido, se debe aplaudir, ya en el ocaso de su
mandato, la visita del Presidente Barack Obama a Cuba con el objetivo de dar pasos para normalizar relaciones y de esta
forma acabar con el más cruento e injusto embargo económico que potencia
alguna haya podido orquestar contra una nación sub-desarrollada.
Sin embargo, como escritor
-y no motivado por prejuicios- me
gustaría jugar el papel de observador, por un lado porque estimo que se ha
recibido como una verdadera palmaria e
insoslayable, la premisa de que los pueblos subdesarrollados necesitan
imperiosamente de capitales foráneos para promover y acelerar el ritmo de su
desenvolvimiento social y económico.
Es tristemente clásico el círculo vicioso de que somos pobres
porque no podemos explotar nuestras riquezas y no podemos explotar nuestras
riquezas porque somos pobres.
Y por otro lado, es
precisamente de esa extrema e ineludible necesidad de los que muchos se
aprovechan para expoliarnos a su placer, acumulando ellos más riquezas sin que
nosotros nos levantemos un ápice del abatimiento de nuestra secular miseria. De ahí, el cuidado meticuloso que los cubanos
han de poner en analizar los ofrecimientos de los capitales extranjeros.
Que la reexportación de beneficios y amortiguación de
capitales sea un incentivo pero que no constituya una brecha por donde fluya
copiosamente hacia afuera más de lo que ingresó al país, dejándolo más
esquilmados de lo que ahora están.
Quiero dejar claro que no me estoy entrometiendo en el
problema cubano-americano. Eso es otra
cosa, otra historia y bien larga de contar.
Por último, debo dejar constancia de que tengo fe en el espíritu
constructivo de la política
norteamericana. Sobre todo, porque me
causa alegría y me ensancha el ánimo por el futuro de la juventud cubana,
especialmente, por esos enjambres de técnicos egresados de sus Universidades
que veían lanzar sus esfuerzos a la basura por no ser merecedores del signo
bienhechor del desarrollo. A esas
generaciones les auguro el mejor de los éxitos, para que al dejar su patria, al
morir, más bella, más digna y más libre de lo que la encontraron al nacer.

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