Sunday, March 27, 2016

Europa en manos de las minorías.

Toda esta tolvanera, todo este remolino de opinionea que se ha levantado con ímpetu de huracán como resultado del terrorismo que nos azota, que nos ha llevado el sosiego,  la amenidad de las ciudades, la serenidad de los cielos y la quietud del espíritu es como resultado del poco entendimiento sobre el fenómeno que nos ocupa.

Las comunidades se han quedado sin la alternativa de elegir su destino.  La decisión sobre quien estaba o no estaba listo para la asimilación (o quién podía o no podía asimilarse sin mancillar a la nación sin perjudicar la soberanía del estado nación) estaba a criterio de la mayoría dominante, es decir, la nación que gobernaba el Estado.   Dominar equivalía a tener el derecho de cambiar de ideas a voluntad y disponer de  los medios para hacerlo, causando una incertidumbre constante e insubsanable en los dominados.  Los problemas que enfrentaron los dominados empeoraron en la medida en que, mientras la exigencia de asimilación se dirigía a la minoría en su totalidad, la responsabilidad por el esfuerzo de asimilarse se colocaba de forma rotunda sobre la espalda del individuo.  Era la razón de la sinrazón.   Casi de la misma forma en que Cervantes  cifró las esperanzas del hidalgo caballero Don Quijote en una armadura, un morrión lleno de orín y moho y en Rocinante. 
Tal como lo enunció Geoff Dench, las minorías suspendidas entre la promesa de la completa integración y la perpetua amenaza del destierro, nunca podían saber con plena certeza si tenía sentido creerse dueños de su propio destino o si era mejor renunciar a la ideología oficial y sumarse a quienes experimentaban el rechazo.
El impulso “comunitario” de las “minorías étnicas” no es natural sino impuesto y accionado desde arriba mediante el acto o la amenaza de la desposesión: a las minorías se les priva del derecho de autodeterminación, sus esfuerzos por obtenerlos se vuelven fútiles.  Todo lo que viene después, es una consecuencia de este primer acto original de desposesión.  Los únicos derechos humanos que pueden reconocer son los que se vinculan lógicamente a las obligaciones para con las comunidades que los ofrecen.
Ante este tufillo, en que las comunidades empiezan a formar de manera siniestra y  corrupta  maltratos contra de las minorías,  se le añade una destetada ‘quinta columna’ de miembros de la comunidad que empiezan a hacer de las minorías “señora de sus pensamientos” y que se identifican con los secos de carne y los de enjuto rostro.  Las batallas más sangrientas no se inician ni se libran en las murallas externas sino en el interior de la fortaleza comunitaria.
Cuando esas minorías fortalecidas por esas ‘quintas columnas’ se levantan en contra de las comunidades a nadie le resulta fácil abandonar la finca.  Ni los ricos y bienhallados, ni los pobres y desahuciados tienen hacia donde escapar.    Ello fortalece la inmunidad de las minorías étnicas y les brinda mayores chances de supervivencia aún sea a sacrificio de la vida de sus individuos que se inmolan en el corazón de la comunidad sin importar y traspasando que tan alta y separada sea la valla que le impongan del resto de la sociedad.
El odioso y espeluznante terrorismo que hoy azota el mundo no tiene sus orígenes en temas puramente bélicos o simples fanatismos religiosos sino que es la respuesta a una problemática política, social y económica como resultado de una fracasada integración que es rechazada por parte  de los estados unificados en contra de los dominados y que se ha vuelto poco realista hoy en día.

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