Toda esta tolvanera, todo este remolino de opinionea que se
ha levantado con ímpetu de huracán como resultado del terrorismo que nos azota,
que nos ha llevado el sosiego, la
amenidad de las ciudades, la serenidad de los cielos y la quietud del espíritu es
como resultado del poco entendimiento sobre el fenómeno que nos ocupa.
Las comunidades se han quedado sin la alternativa de elegir
su destino. La decisión sobre quien
estaba o no estaba listo para la asimilación (o quién podía o no podía asimilarse
sin mancillar a la nación sin perjudicar la soberanía del estado nación) estaba
a criterio de la mayoría dominante, es decir, la nación que gobernaba el
Estado. Dominar equivalía a tener el
derecho de cambiar de ideas a voluntad y disponer de los medios para hacerlo, causando una
incertidumbre constante e insubsanable en los dominados. Los problemas que enfrentaron los dominados empeoraron
en la medida en que, mientras la exigencia de asimilación se dirigía a la minoría
en su totalidad, la responsabilidad por el esfuerzo de asimilarse se colocaba
de forma rotunda sobre la espalda del individuo. Era la razón de la sinrazón. Casi de
la misma forma en que Cervantes cifró
las esperanzas del hidalgo caballero Don Quijote en una armadura, un morrión lleno
de orín y moho y en Rocinante.
Tal como lo enunció Geoff Dench, las minorías suspendidas
entre la promesa de la completa integración y la perpetua amenaza del
destierro, nunca podían saber con plena certeza si tenía sentido creerse dueños
de su propio destino o si era mejor renunciar a la ideología oficial y sumarse
a quienes experimentaban el rechazo.
El impulso “comunitario” de las “minorías étnicas” no es
natural sino impuesto y accionado desde arriba mediante el acto o la amenaza de
la desposesión: a las minorías se les priva del derecho de autodeterminación, sus
esfuerzos por obtenerlos se vuelven fútiles.
Todo lo que viene después, es una consecuencia de este primer acto
original de desposesión. Los únicos derechos
humanos que pueden reconocer son los que se vinculan lógicamente a las
obligaciones para con las comunidades que los ofrecen.
Ante este tufillo, en que las comunidades empiezan a formar
de manera siniestra y corrupta maltratos contra de las minorías, se le añade una destetada ‘quinta columna’ de
miembros de la comunidad que empiezan a hacer de las minorías “señora de sus
pensamientos” y que se identifican con los secos de carne y los de enjuto
rostro. Las batallas más sangrientas no
se inician ni se libran en las murallas externas sino en el interior de la
fortaleza comunitaria.
Cuando esas minorías fortalecidas por esas ‘quintas columnas’
se levantan en contra de las comunidades a nadie le resulta fácil abandonar la
finca. Ni los ricos y bienhallados, ni
los pobres y desahuciados tienen hacia donde escapar. Ello fortalece la inmunidad de las minorías
étnicas y les brinda mayores chances de supervivencia aún sea a sacrificio de
la vida de sus individuos que se inmolan en el corazón de la comunidad sin
importar y traspasando que tan alta y separada sea la valla que le impongan del
resto de la sociedad.
El odioso y espeluznante terrorismo que hoy azota el mundo no
tiene sus orígenes en temas puramente bélicos o simples fanatismos religiosos
sino que es la respuesta a una problemática política, social y económica como
resultado de una fracasada integración que es rechazada por parte de los estados unificados en contra de los
dominados y que se ha vuelto poco realista hoy en día.

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