Sunday, March 13, 2016

Sociedad binaria.


Creo que bien habla de la figura de una persona, cuando  sus intenciones tratan de enderezar a buenos fines, lo que es hacer el bien a todos y mal a ninguno.  Sin embargo, ciertos aires de inconformismo soplan cuando veo los hechos que flagelan nuestra sociedad en sentido general, lo que me hacen pensar que se necesitan reformas o si se quiere cambiar las formas.

En cualquier sociedad medianamente organizada, se debe limitar los derechos de los miembros individuales de la sociedad a ejercer elecciones privadas en desmedro de la comunidad general o de la mayoría de sus integrantes y viceversa.  De no hacerlo, la libertad que acompaña a la sociedad moderna se convertiría en libertinaje donde nuestras vidas se convierten en un prototipo de tragicomedia humana.

Verbigracia a lo que me refiero es Quebec, es de público conocimiento, que las autoridades obligan a los habitantes de las provincias, incluidos los angloparlantes a enviar a sus hijos a escuelas francófonas.  Esta política que apunta a la sobrevivencia busca crear miembros de la comunidad para garantizar que las futuras generaciones continúen identificándose como francófonas.  Sin embargo, este es un conflicto que se ha desarrollado sin derramamiento de sangre, encarcelamiento o deportaciones la cual facilita la tesis sobre el derecho que tiene la autoridad  de usar la fuerza en aras de asegurar el futuro de una cultura a la que otorga preferencia y que es aceptado como respetado por sus individuos.

Cuanto  más difícil resulta probar la verdad de un principio propuesto citando otros casos de fricción entre entidades culturales, si las autoridades se apegaran a sus propios gustos y debilidades,  enfrentando opciones indeseadas o difíciles de aceptar  en el marco de una  amplia categoría de casos de violencia ejercidas entre autoridades e individuos, en uno u otro rincón del mundo, casos a veces trágicos en sus consecuencias incluido el requisito de la circuncisión femenina o la prohibición de descubrir el rostro en público etc.   

No caben dudas que la cuestión es complicada.  El “proceso político” antes mencionado se desarrolla bajo dos exigencias difíciles de reconciliar que nos pone entre la espada y la pared: La espada,  nos insta a respetar el deber de la autoridad a proteger una forma de vida con las presiones gubernamentales y la pared, que nos obliga a respetar el derecho del individuo a la defensa propia contra las autoridad que obligan al elector a aceptar opciones indeseadas o repelentes.  Es extremadamente difícil, respetar ambos imperativos a la vez.   A diario se nos presenta la disyuntiva  que hacer cuando hay colisión entre los derechos de ambos bandos.  ¿Cuál tiene derecho de denigrar los postulados del otro?  En respuesta, Jürgen Habermas introduce otro valor: el “régimen constitucional democrático”.   Por lo tanto, si estamos de acuerdo de que el punto de partida correcto para cualquier debate racional es el reconocimiento de las diferencias entre las partes, es preciso acordar que el marco en que debe tener lugar dicho debate es el “régimen constitucional”.   Tal como lo formuló Cornelius Castoriadis: recordar que una sociedad autónoma  es inconcebible sin la autonomía de sus integrantes, de la misma forma que la república es inimaginable, si los derechos promulgados  no son lo suficientemente arraigados e invariablemente respetados.    Esto de por sí y de forma aislada no resuelve el problema  pero  deja de relieve que sin las prácticas democráticas es imposible lidiar adecuadamente con el conflicto.

Es por lo que debemos ahijar como nuestro y defender de la misma forma que lo hicieron las siete ciudades de Grecia en una contienda por el nacimiento de Homero, que la fortaleza de nuestras instituciones es la cuña para detener la detonación de las puertas como resultado de los vientos de la selva y empezar a  respirar los cálidos aires de las sociedades modernas.  De no hacerlo así, estaremos destinados a subir en cuerpo y alma al cielo de los olvidos en medio de barahúnda, silbidos y dicterios teñidos de sangre y violencia.

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