No hay que realizar un enjundioso estudio ni tener un olfato político
muy desarrollado, mucho menos ser un erudito o un intelectual para darse cuenta
del error que comete el ex presidente Lula
Da Silva al aforarse con el cargo de Ministro del Gobierno de la presidenta Dilma
Roussef para así evitar los requerimientos que le hace la justicia brasileña.
Siempre comparo la política con la navegación. Existen 2 momentos importantes para el capitán
de una galera: el primero, cuando realiza las aguadas al atracar a un puerto y
lanzar las amarras que lo sujetan a tierra firme y el segundo cuando ordena que leven anclas para que el transbordador los
conduzca a aguas abiertas, debiendo llevar una potencia adecuada para no terminar en las garras de los filosos
arrecifes que esperan que sucumba ante el golpear de las olas.
Así es la vida de los políticos cuando alcanzan el poder,
primero llegan las adulaciones petulantes que le hinchan a lo más alto de las
cimas promovidas por seguidores que buscan dadivas y beneficios personales; es
cuando gobernar se vuelve el mejor de los cansancios. Luego
viene lo que Hernán Jaeggi en su obra teatral “José Gaspar, La Soledad del Poder”
definió como el momento donde los asesores y coetáneos permanecen en la
penumbra. Carecen de visualidad pública, dan su opinión y se marchan. El gobernante es el único responsable de sus
aciertos y sus errores. Es el momento,
de poner el pie en el estribo o para huir o combatir como gallardo. Pero por más acompañado que se esté, le llena
un vacío espiritual por una
responsabilidad que sabe no podrá compartir con nadie.
El punto central es que el poder se siente y se padece,
tenemos múltiples sensores que nos permiten detectarlo y calcular sus efectos
sobre nosotros ya sea en el presente, en el futuro o como resabio de sus
consecuencias en el pasado. Incluso
cuando se ejerce de manera sutil o apenas se manifiesta, sabemos que está allí,
que estamos en presencia del poder. Muchos
y variopintos son los ejemplos que la historia nos presenta de hombres en plena
juventud pagaron la osadía de defender sus ideales y terminaron frente a un pelotón
de fusilamiento ordenados por el poder.
Como un ejercicio espiritual invitaría a Lula a escudriñar sobre las
vidas de un José Antonio Primo de Rivera, líder de la falange española, fusilado
con apenas 33 años o del Diputado Calvo
Sotelo, que sin importar su inmunidad parlamentaria fue asesinado por miembros
de la Dirección General de Seguridad (DGS) en una noche arrancado del seno de
su familia.
Si Lula entiende que le adornan los meritos como líder y político en el ejercicio de lo
que fue su mandato y actuó apegado a cumplir y hacer cumplir las leyes en beneficio
de los ciudadanos que le eligieron, entonces no debe temer enfrentar la representación
del signo zodiacal Libra. De no hacerlo,
se estaría de antemano autocondenando, lo que es lo mismo a vivir una desgracia
sin fin o un fin en desgracia.

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