Era tan copiosa la lluvia de dicterios que había caído en el Congreso De Los Diputados en el intento de Pedro Sánchez por formar gobierno, que hasta nosotros-sin ser españoles- miramos con aire de grima, con una visible punta de desagrado cuando Pablo Iglesias acusó a Felipe González de tener su manos sucias de “Cal Viva” y diciéndole a el encargado de formar gobierno que se alejara del viejo roble del PSOE.
Hasta el PP-quien históricamente ha sido el principal antagonista del PSOE- se mostraron con un hormigueante sonrojo ante tan atrevida increpación.
Lo curioso es que lo que disgustó no era el fondo de esa seca, adusta y severa manera de usar la semántica. Quién en su sano juicio puede negar la existencia de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) quienes practicaron un terrorismo de Estado contra ETA en los primeros años de los gobiernos de Felipe González? Lo que en verdad desazonaba, lo que amargaba en la discursiva de Pablo Iglesias era su árido e inameno procedimiento de la lógica, cuando apenas días atrás estaba en la mejor disposición de ser el vice-presidente del Gobierno de las manos sucias de la “Cal Viva”. Sin dudas, este chaval presenta síntomas muy claros y definidos de las consecuencias negativas que el exceso de poder provoca cuando llega de manera repentina trayendo como resultado atropellamientos y la desatinada impaciencia.
Iglesias debe abandonar aquel aspirar a imponer sus ideas a martillazos de silogismos basándose simplemente en la norma inflexible y desértica de la lógica aristotélica. Cuanto mejor y más deleitable no era un Ortega y Gasset, en cuyas páginas cabrilleaban del tal suerte los primores estéticos que resultaba difícil dar con la línea divisoria en que se disipaba el estilista y comenzaba su quehacer riguroso el pensador de oficio.
Pablo Iglesias cae en la estúpida contradicción en los términos: buscar la unidad a través del obsceno túnel del insulto. Lo que hizo Pablo Iglesias fue mover las testosteronas del bajo vientre del más radical parlamentarista.
Mientras tanto, deben dejarse de lado los interesados descréditos verbales que encubren ciertas doctrinas porque la clase política española debe saber que les están observando donde hay sectores donde el no involucramiento y la distancia han pasado a ser la estrategia principal del poder. Por otro lado, la sociedad española debe despertar de su letargo y dejar de continuar cediendo ante nuevas realidades en lugar de cuestionarlas o socavarlas. Sin olvidar, aquella frase del político francés Georges Clemenceau: “El que tiene toda la fuerza y no usa de ella cuando la ocasión precisa, ejerce uno de los mas abominables abusos de la fuerza”.

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