En Francia el Estado se involucró en las artes mucho antes
que en la mayoría de los países europeos. La “Cultura” era algo que algunas personas (la
elite instruida y poderosa) hacían o se proponían hacer para otras personas (el
“pueblo” o la gente común en ambos casos privados de educación y poder). Era una noción de cierto cariz mesiánico que ponía
de manifiesto intenciones proselitistas.
Con la abolición de la monarquía, el concepto francés de “Culture”
fue emergiendo como un nombre colectivo para los esfuerzos gubernamentales en
pos de fomentar el aprendizaje, suavizar y mejorar los modales, refinar los
gustos artísticos y despertar necesidades espirituales que el común del vulgo
no había sentido hasta entonces o bien no era consciente de lo que sentía. En 1859, durante la presidencia de Charles de
Gaulle en la V República, se creó el Ministerio de Asuntos Culturales con visos
de permanencia. Con este paso se entendía
que la vieja concepción de “Cultura” había
terminado haciéndola asequible a las masas.
No obstante, aquel intento platónico de generalizar el acceso
al pensamiento se convirtió en un eufemismo. A comienzos del Siglo XX y a lo largo de este
tiempo son innumerables los casos de grandes intelectuales que fueron apartados
y silenciados por conservar ideas propias, revolucionarias si se quiere que las
grandes potencias consideraban no iban a tono a sus proyectos. Por ejemplo, Borges podía tanto sorprender
con sus brillantes ideas como escandalizar con sus controvertidas declaraciones
políticas. En 1976, luego de almorzar con el dictador argentino
Jorge Rafael Videla, el gobierno de facto chileno de Augusto Pinochet le otorgó
la Gran Orden del Mérito cuando expreso que “la democracia era un abuso de la estadística”.
Muchas veces se dijo que aceptar este
reconocimiento era la razón crucial que lo alejó de recibir el Premio Nobel de
Literatura. Borges dijo: “Espero ser
juzgado por lo que he escrito, no por lo que he dicho o me han hecho
decir. Yo soy sincero en este momento,
pero quizá dentro de media hora ya no esté de acuerdo con lo que he dicho. En cambio cuando uno escribe, tiene tiempo de
reflexionar y corregirlo”.
Pero qué decir de Rubén Darío quien escribiera: “Si en estos
cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es
porque son un clamor continental. Mañana
podremos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras mi protesta queda
escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter”.
Para Octavio Paz, la palabra “subdesarrollo” pertenecía a la economía
y era un insulto de las Naciones Unidas para designar a las naciones
atrasadas. Decía: “El subdesarrollo es
una excrecencia de la idea del progreso económico y social”.
En fin, lo político y lo intelectual siempre han ido de la
mano a lo largo de la historia, a veces
en un oculto contubernio y otras en un pulso antagónico para ver quien se impone. Pero la realidad es que el viejo concepto de “Cultura”
al estilo del siglo XV continua ejerciéndose en la modernidad como herramienta
de influencia y manipulación proselitista,
utilizando a ilustres pensadores que escriben más atendiendo a intereses políticos
que a sus propias convicciones.

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