Thursday, February 18, 2016

Alepo en el Caribe.


Opinar en asuntos que conciernen al bien común, es siempre en las honrosas y placenteras sociedades abiertas, un intransferible derecho personal.  Siempre trato de no apresurarme en responder para luego no  demorarme rectificando.   Es por ello que al ver las imágenes de la inconmensurable tragedia de Los Ríos, por un momento pensé que eran de la ciudad de Alepo en Siria, después de un bombardeo contra el daesh.  

La desgracia, Majestad de la muerte,  había entrado de improviso sembrando a mansalva la angustia y la consternación en todos los hogares de ese sector por la explosión de una planta de gas.

Mozas que granaban al sol primaveral de las ilusiones; esposas que constituían el nervio y el alma, hombres que moldean el eje y la vertebra de familias ejemplares, todos corrían despavoridos dejando en el abandono sus ajuares que con sudor y vasto esfuerzo consiguieron.   La tácita, pero enérgica protesta, que brota con el  deseo de decirle al destino que no tenía derecho de arrebatar a tantos infelices sus ya precarios bienes, sembrando mares de lágrimas, creando vacios imponderables que nadie los va a llenar, llegaba con la aurora.

Hoy entre esas familias reina el desconsuelo, el desamparo y la rebeldía contra un decreto ciego sobre un designio que no buscaron.  Por lo pronto, el dolor ha dejado al descubierto una rica y amable vertiente comunitaria.  Los dominicanos se solidarizan ante la tragedia.

Pero porqué el afán de lucro ha de engendrar estas situaciones?  Porqué debe primar la muerte sobre la vida?  Porqué hay que fecundar el desconcierto sobre la armonía?  Es que a el deseo de inescrupulosos carentes de conciencia se les permitirá que sigan minando nuestros populosos barrios de estas bombas de tiempo?

En algún pasaje del “Catecismo Holandés” se nos dice que la muerte es un hecho con el cual resulta difícil conformarse.  Así es.

Saquemos bien del mal, alimentemos la esperanza en el seno de la desdicha, avivemos la antorcha de la fe en el corazón de las tinieblas.  Sin embargo, a alguien le deberá tocar la obligación de ofrecer a los afectados y a toda la ciudadanía esclarecimientos y explicaciones convincentes y satisfactorias para que hechos como los acontecidos no sigan repitiéndose.
 

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