Son tantos y variados los equívocos que andan rodando en
estos tiempos, que pulir y perfilar ideas ya de por sí constituye una colaboración apreciable a la paz social y a
la causa del hombre por el hombre en estos turbios y calamitosos momentos en
que vive la humanidad.
A una actividad similar, el polémico y controversial José
(Pepe) Mujica, el ex presidente más pobre del mundo, ha dedicado su tiempo después
de salir de la presidencia del Uruguay.
Y es que quienes no conocen los antecedentes que modelaron la
personalidad de este hombre, podrían pensar que alcanzó la presidencia de su país por una casualidad
del destino. I es que no es lo mismo
casualidad que causalidad.
Desde su chacra a 20 minutos de la ciudad de Uruguay, Pepe
Mujica se constituyó en Presidente de su país, dándoles a sus oponentes el
derecho a discrepar, con el respeto al decoro y a tener las puertas abiertas
para escuchar, sin cortapisas, las más acidas críticas.
Pepe Mujica duró muchos años preso, primero como un supuesto delincuente
común y después como integrante de la guerrilla tupamara, el cual nos relata: “La
primera vez que fui en cana fue por robar un deposito de una fábrica de
Montevideo. Yo era tupa (tupamaro) y era guita (dinero) para la organización,
pero nunca lo dije. En la cana me
mataron, me dieron un amasijo brutal. La
policía toda la vida torturaron a los presos”
De esa forma, se mantenía entrando y saliendo de su segundo
hogar: la prisión. Pero en agosto de
1972 volvió a ponerse la ropa de presidiario, pero esta vez no saldría hasta
marzo del 1985. En ese entonces fue
declarado como uno de los jefes guerrilleros y fue rotando, junto con ocho compañeros,
por todas las cárceles del Uruguay durante 13 años.
Mujica cuenta que durante esos años de prisión se volvió loco. Empezó a hablar con las hormigas y a tener
delirios y terminó en el Hospital Militar.
Así lo narra en sus propias
palabras: “Estuve piantado, piantado. A
principios de los 80 me llevaron al Hospital Militar. Tenía una persecuta de la gran puta, no
paraba de tener visiones y cosas así.
Vino una psiquiatra a atenderme.
Me dio un puñado de pastillas y nunca tomé ninguna. Pero la mujer recomendó que me dejaran leer y
escribir. El hecho de leer me ayudó en
pila. Solo me dejaban leer libros de
ciencias y me metí en la ciencia y dale que dale. Estaba todo el día en eso y no paraba y ahí se
me abrió la cabeza”. Muchas adicionales,
fueron las vicisitudes que tuvo que pasar el Comandante Facundo (seudónimo guerrillero)
antes de alcanzar la primera magistratura del Uruguay.
Con la presidencia de la república en sus narices puntualizó
la siguiente tesis ante un grupo de militantes enfervorizados: No hablo de
venganza ni del asalto al poder mediante las armas, luego de más de una década de
ser obligado al silencio. Se refirió a
la importancia del perdón y de superar el pasado, a la necesidad de tener
apertura a distintas ideologías, al nuevo rol que debería desempeñar la
izquierda. Pronunció frases que fueron
un anticipo de todo lo que vendría después: “No venimos a llorar nuestros
dolores ni nuestras penas. Vengo a decirles que apenas es un palito que debe
funcionar para que la colmena se aglomere alrededor: Lo esencial, no es el
palito, sino la colmena. Aprendimos en
la orfandad de los calabozos, en todos estos años, con que poco se puede ser
feliz; si con eso no lo logras, no lo logras con nada. No acompaño el camino del odio ni aun contra
aquellos que tuvieron bajezas con nosotros.
El odio no construye, esto no es una pose demagógica es una cosa de
principios.
Hoy Pepe Mujica es uno de los ex presidentes mejor valorados
en el mundo. Se dedica a dictar
conferencias en distintos foros públicos, a hablar sobre su experiencia de vida
y es una especie de fuente de sabiduría para las futuras generaciones.
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