Sunday, February 21, 2016

Ciencia versus religión.


Mucho se ha hablado en superlativo sobre estos conceptos que andan en una sincera yuxtaposición, como dos hermanos que se pelean por el camino que han de recorrer para llegar a un mismo destino: El bien común.
La religión no se caracteriza simplemente por ser un acervo de costumbres que peregrina en la orientación de asuntos entrañablemente vitales.  Por otro lado, tampoco los erúditos  han podido encontrar la fórmula basada en sus estudios de I+D para poder llenar el vacío de las almas.
Que frescura de modos abstractos se respira de bando y bando con estos justos y acerados conceptos.
Sin embargo, uno de los problemas más serios de la vida es como seguir adelante cuando arrecian las dificultades y como seguir adelante cuando nos sentimos solos y amenazados de fracaso y de muerte aun se tengan a disposición todos los adelantos de la ciencia.  Es en ese momento, cuando sin importar de religiones solo nos queda aferrarnos a esa luz al final del túnel: La fe.
En la visión de creadores de opinión y cultura se ha llegado a presentar hasta a un Dios caprichoso, temible de su poder, incognoscible, impredecible e indiferente al bien y al mal.  Que se ha obstinado en permanecer fuera del alcance del entendimiento humano y la acción práctica.  Las tentativas de coaccionar Dios a que escuchara las voces humanas eran tan incompresibles como despreciables.
Tal como lo anunciara Leszek Kolakowski, Dios no le debía nada a la raza humana. Una vez que hubo creado al hombre y lo hubo puesto sobre sus propios pies, Dios le ordenó que buscara su propia senda y la siguiera; de esta forma había cumplido con su intención y su deber. 
Por el contrario, la Iglesia moderna nos presenta a un Dios padre que no se aparta de sus hijos, cariñoso y amable que aunque reprende siempre perdona, sin condiciones, que se fija más en el devenir de las ovejas descarriadas que las que marchan en su redil, que no pone  condiciones mas allá de que le abran sus corazones.  No es un Dios divorciado, es un Dios omnipotente y comprometido, donde todos y cada uno de nosotros, no hemos llegado por ruta de suerte y que vinimos a este mundo con un proposito donde él nos guía –aunque muchas veces la razón no nos permita entender el camino-  al igual que una madre se preocupa por sus hijos hasta el final de sus días.   Graham Green, el católico autor del Farsante, solía lamentarse de que la prosa elevada de la Iglesia y de sus modos abstractos de expresarse impedían que el mensaje llegara a las masas.  Bueno son formas!
Los curtidos y apóstatas han captado a Green y se han dado cuenta que es manjar fácil de digerir por los innumerables marginados y por la triste muchedumbre de analfabetos un lenguaje que se asemeje mas al vivir de día a día del común de las personas para inculcar sus creencias mundanas. 
Por esta misma razón, el Papa Francisco ha tenido que descender de la opulencia de los Papas, para hablar sobre la nobleza del trabajo, derechos humanos, el derecho a emigrar, la autoridad como poder moral, el respeto por los grandes a las naciones pequeñas, que deben ser auxiliadas sin estragarlas ni dominarlas, son los temas que brotan de un intuitivo e intrépido prebístero convertido en Papa.
Tal vez, lo que hemos sido apáticos hemos sido nosotros y no la Iglesia.  Por lo que entiendo que esas discusiones bizantinas entre la ciencia y la religión deben realizarse en una atmosfera menos hostil.
Ocioso es que advierta que no ambicionaba agotar el tema.  Sobre él rebosan anaqueles y estanterías de las bibliotecas.   Simplemente, he imitado a “Cicerone” mostrando desde afuera un tema de interés.  
Las puertas de la Iglesia están abiertas, te esperan para que entres.
 

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