Mucho se ha hablado en superlativo sobre estos conceptos que
andan en una sincera yuxtaposición, como dos hermanos que se pelean por el
camino que han de recorrer para llegar a un mismo destino: El bien común.
La religión no se caracteriza simplemente por ser un acervo
de costumbres que peregrina en la orientación de asuntos entrañablemente vitales. Por otro lado, tampoco los erúditos han podido encontrar la fórmula basada en sus
estudios de I+D para poder llenar el vacío de las almas.
Que frescura de modos abstractos se respira de bando y bando
con estos justos y acerados conceptos.
Sin embargo, uno de los problemas más serios de la vida es
como seguir adelante cuando arrecian las dificultades y como seguir adelante
cuando nos sentimos solos y amenazados de fracaso y de muerte aun se tengan a disposición
todos los adelantos de la ciencia. Es en
ese momento, cuando sin importar de religiones solo nos queda aferrarnos a esa
luz al final del túnel: La fe.
En la visión de creadores de opinión y cultura se ha llegado
a presentar hasta a un Dios caprichoso, temible de su poder, incognoscible,
impredecible e indiferente al bien y al mal.
Que se ha obstinado en permanecer fuera del alcance del entendimiento
humano y la acción práctica. Las
tentativas de coaccionar Dios a que escuchara las voces humanas eran tan
incompresibles como despreciables.
Tal como lo anunciara Leszek Kolakowski, Dios no le debía nada
a la raza humana. Una vez que hubo creado al hombre y lo hubo puesto sobre sus
propios pies, Dios le ordenó que buscara su propia senda y la siguiera; de esta
forma había cumplido con su intención y su deber.
Por el contrario, la Iglesia moderna nos presenta a un Dios
padre que no se aparta de sus hijos, cariñoso y amable que aunque reprende
siempre perdona, sin condiciones, que se fija más en el devenir de las ovejas
descarriadas que las que marchan en su redil, que no pone condiciones mas allá de que le abran sus
corazones. No es un Dios divorciado, es
un Dios omnipotente y comprometido, donde todos y cada uno de nosotros, no hemos
llegado por ruta de suerte y que vinimos a este mundo con un proposito
donde él nos guía –aunque muchas veces la razón no nos permita entender el
camino- al igual que una madre se
preocupa por sus hijos hasta el final de sus días. Graham Green, el católico autor del Farsante,
solía lamentarse de que la prosa elevada de la Iglesia y de sus modos abstractos
de expresarse impedían que el mensaje llegara a las masas. Bueno son formas!
Los curtidos y apóstatas han captado a Green y se han dado
cuenta que es manjar fácil de digerir por los innumerables marginados y por la
triste muchedumbre de analfabetos un lenguaje que se asemeje mas al vivir de día
a día del común de las personas para inculcar sus creencias mundanas.
Por esta misma razón, el Papa Francisco ha tenido que
descender de la opulencia de los Papas, para hablar sobre la nobleza del
trabajo, derechos humanos, el derecho a emigrar, la autoridad como poder moral,
el respeto por los grandes a las naciones pequeñas, que deben ser auxiliadas
sin estragarlas ni dominarlas, son los temas que brotan de un intuitivo e intrépido
prebístero convertido en Papa.
Tal vez, lo que hemos sido apáticos hemos sido nosotros y no
la Iglesia. Por lo que entiendo que esas
discusiones bizantinas entre la ciencia y la religión deben realizarse en una
atmosfera menos hostil.
Ocioso es que advierta que no ambicionaba agotar el
tema. Sobre él rebosan anaqueles y estanterías
de las bibliotecas. Simplemente, he
imitado a “Cicerone” mostrando desde afuera un tema de interés.
Las puertas de la Iglesia están abiertas, te esperan para que
entres.
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