Thursday, February 4, 2016

La gran calma de Ian Gawler.

Las más sólidas esperanzas de progreso y mejoras colectivas han iluminado los rostros de los que de una forma o de otra se han visto afectados por la terrible enfermedad del cáncer,  ya sea porque la han vivido en carne propia o indirectamente a través  de un ser querido.   Desde el Presidente Barack Obama hasta los cubanos que recientemente han manifestado haber encontrado la cura para la enfermedad, principal  causa de muerte en el mundo,  han hecho florecer con sobrados sentimientos una luz al final de túnel, sobre todo,  porque es un mensaje que viene de los que encierran en su puño el poder y los recursos para realizar las investigaciones necesarias sobre este tipo de padecimientos que amenaza con continuar dañando la humanidad.

Siempre he pensado que el problema de la medicina científica consiste en que no es lo suficientemente científica.  La medicina de hoy en día solo llegará a ser verdaderamente científica cuando los médicos puedan dirigir más sus conocimientos, como resultado de sus investigaciones,  hacia la prevención en vez de la curación.

Ian Gawler cuenta la historia de su extraordinaria curación en un hermoso libro, “You Can Conquer Cancer” (Usted puede vencer el cáncer).  Según narra se ha curado gracias a la meditación y a una alimentación muy natural, en adición, ha recurrido a múltiples tratamientos naturales, psicológicos y psicoespirituales.   Sin embargo, atribuye su curación principalmente a su calma interior.  Si la experiencia de la impotencia y la desesperación favorecen el crecimiento del cáncer, se puede deducir que, por el contrario, los estados de serenidad lo frenan?  Algunos casos excepcionales así lo  sugieren.

En Melbourne, Australia, Ian Gawler, un joven veterinario que acababa de terminar sus estudios, supo que tenía un osteosarcoma (cáncer de los huesos) muy grave que le había afectado una pierna.  Su amputación seguida de un año de tratamientos convencionales, no había logrado frenar el tumor, que ya se había extendido por la cadera y el tórax, donde se manifestaba mediante una deformidad visible.  El oncólogo no le daba más que unas semanas de vida.  Cuando ya no tenía nada que perder, Ian se entregó a la práctica de la meditación para disfrutar de la calma que había descubierto practicando yoga.  Su médico le atribuía la calma que mostraba su joven paciente a las características de serenidad de los moribundos en sus últimos días.   Tras varios meses de meditación intensa, acompañado de una estricta dieta, Ian recuperó las fuerzas y unos meses después el cáncer había desaparecido por completo.  Su doctor le preguntó a Ian, a qué achacaba aquella extraordinaria remisión, a lo que respondió: “Yo creo que radica en nuestra manera de vivir, en la forma en que experimentamos nuestra vida”.   Era como si ese paciente se hubiera impregnado, a cada instante de su existencia, de la paz encontrada en sus periodos intensos de meditación.  Treinta años después Ian Gawler sigue con vida.

Haciendo un paralelismo sobre el caso de Ian con nuestra sociedad le diría lo siguiente:  A todos nos cumple el religioso deber de mantener incólume el sosiego social, desplegando esfuerzos, cada día mayores, para que los cimientos y sillares en que descansa ese sosiego sean cada vez más justos, más humanos y más cristianos.  Démosles un poco de calma y serenidad a nuestra sociedad!

P.D.   Dedicado en el "Día Mundial Contra el Cáncer" a la miles de personas que     padecen esta enfermedad.

 

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