Atardecer en la ribera.

Con el oráculo de la noche,
la tarde languidece y se esconde,
con la lluvia de Copenhague 
de música de fondo.

La nostalgia te llama para hacer
su exhortación final, que los charnegos
entren aunque no hablen catalán.

Es el equilibrio de un piadoso
que se retira, como si por el bosque andaba
y llegan los afanes de el que en la ciudad se encontraba.

El recreo toca el campanario
anunciando un espacio que termina,
para proceder a dar paso
a la faena que se aproxima.

La impaciencia nos abraza,
al ver las estrellas brillar,
pensando que próximamente
al sol tendrás que mirar.

Es lo mítico de dos mundos,
uno blanco y otro oscuro,
que con alternabilidad va cambiando
sin preguntarle a Unamuno.

Las aves vuelan de norte a sur
con verdadera conmoción,
avisando a las demás especies: Apuren
antes que llegue la desolación.

La cigarras hacen chillidos
anunciando una muerte súbita
muestra del pistoletazo
que anuncia la noche que se avecina.

El periplo ya termina
y con él llega la calma,
anunciando el descanso del alma
de manera repentina.

Descansemos en paz
al saber que un nuevo día espera
cargados de esperanzas
y en el clamor de buenas nuevas.