Saturday, February 6, 2016

La televisión dominicana.


Es propicia esta oportunidad, por ser fin de semana, donde los dominicanos tenemos más tiempo para el óseo, traer con pinzas un tema que desde hace bastante tiempo me llama a  preocupación.   Veo oportuno denunciar con todo énfasis, el espíritu de tenderos, que prevalecía en las empresas televisoras dominicanas.

Estos medios de comunicación de masas, que tan útiles servicios podrían rendir para la promoción ética y la elevación humana de la Nación, se han dejado vencer por el torpe afán de lucro, convirtiéndose en vehículos por donde penetra impunemente en los hogares la más irritante de todas las vulgaridades.

Quien puede saturar con aplausos novelas que brindan tributos a la vida de narcotraficantes?  Nada digamos de los canales que se alternan por seguidos turnos, interminables anuncios comerciales, programas de propagandas políticas de un solo bando, en una especie de murmuración fisgona, que no le hacen ningún favor por exceso, al propagado.  Sin excesos, quiero expresar mi frustración cuando al lado de alguno de mis hijos tengo que taparle sus inocentes ojos para que no vean los pronunciados movimientos de alguna dama que se balancea como si actuara en el Lido de París.

Es que acaso esos programas no pueden ser sustituidos por algunos que complazcan el sentimiento por lo exquisito y que se recree el ánimo irresistiblemente enamorado de la belleza y de la elegancia espiritual?

Es que no puede haber alguna televisora que promueva con palabras llanas y potenciadas de rica emotividad y de fértil saber, épocas prestigiosas de la historia de la cultura, situando a cada genio musical en el paisaje humano en que se movía y en el clima moral e intelectual en que se desenvolvían sus casi siempre dramáticas vidas.

Cuando veo nuestros jóvenes haciendo honor al Dios Baco en nuestras calles y avenidas  es que comprendo lo difícil que se les hace encontrar tranquilo esparcimiento en el seno sosegado de la familia.

Me pongo a veces a meditar y hago una consideración que aquieta mi áspero juicio: Nadie en la flor de su mocedad con los deliciosos atractivos de la calle puede sentarse en frente de esas indelicadas y desagradables pantallas.
 

 

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